Siempre hemos vivido en el castillo by Shirley Jackson

Siempre hemos vivido en el castillo by Shirley Jackson

autor:Shirley Jackson [Jackson, Shirley]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1962-06-06T04:00:00+00:00


7

El jueves fue mi día más poderoso. Era el día indicado para ajustar cuentas con Charles. Por la mañana, Constance se puso a hacer galletas de especias para la cena; fue una lástima, porque si cualquiera de nosotros lo hubiera sabido le podríamos haber dicho que no se molestara, que el jueves iba a ser el último día. Ni siquiera el tío Julian lo sospechaba; el jueves se levantó sintiéndose un poco mejor y al acabar la mañana Constance lo llevó a la cocina, donde había un intenso aroma a galletas de especias y donde se dedicó a seguir guardando los papeles dentro de la caja. Charles se había hecho con un martillo y había encontrado clavos y una tabla y golpeaba sin piedad el escalón roto; desde la ventana de la cocina comprobé que lo estaba haciendo realmente mal y eso me complació; deseaba que el martillo le golpeara el dedo gordo. Me quedé en la cocina hasta que estuve segura de que todo el mundo iba a permanecer donde estaba durante un buen rato, fui arriba y me metí en la habitación de nuestro padre, caminando sigilosamente para que Constance no supiera que estaba allí. Lo primero que había que hacer era detener el reloj al que Charles había dado cuerda. Sabía que se lo había quitado para arreglar el escalón roto porque no llevaba la cadena. En el tocador de nuestro padre encontré el reloj, la cadena y el anillo de sello junto a la petaca de tabaco de Charles y cuatro cajas de cerillas. Yo no tenía permiso para tocar las cerillas pero en cualquier caso nunca habría tocado las cerillas de Charles. Cogí el reloj y escuché su tic-tac, porque Charles le había dado cuerda; no podía hacerlo retroceder hasta el punto donde estaba antes porque lo llevaba usando dos o tres días, pero hice girar la ruedecilla hacia atrás hasta que el reloj emitió un débil y quejumbroso crujido y el tic-tac se detuvo. Después de asegurarme de que nunca más volvería a hacer tic-tac lo dejé con delicadeza donde lo había encontrado; algo, al menos, había escapado al hechizo de Charles, y pensé que por fin había atravesado su hermética piel de invulnerabilidad. La cadena, que estaba rota, no me preocupaba, y el anillo no me gustaba. Eliminar a Charles de todo lo que había tocado era casi imposible, pero me pareció que si cambiaba las cosas de lugar en la habitación de nuestro padre, y luego hacía lo mismo en la cocina y en el salón, en el despacho e incluso en el jardín, Charles estaría perdido, se sentiría ajeno a lo que antes reconocía, y tendría que aceptar que esa no era la casa a la que había ido de visita y se iría. Puse patas arriba la habitación de nuestro padre muy rápido, y casi sin hacer ningún ruido.

Durante la noche yo había ido al campo y había vuelto con una gran cesta llena de maderas, ramas rotas, hojas, pedazos de vidrio y metal.



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